jueves, 11 de marzo de 2010

EL VASU DE SIDRA


EL VASU DE SIDRA

Ante ti no surge la desgana, el tedio o la tristeza. A tu alrededor fluye la alegría que no nos permiten tener, la folixa, menguada con el carnet de paro, la mocedá sana, unida, sin reservas ni apenas grados de alcohol, como la sidra que, burbujeante, sabrosa, echada como Dios manda y conservando el olor a la manzana coloradina, de buena pumarada, se desliza sin reservas hacia lo más hondo de ti, recipiente de vidrio, sustancia frágil y quebradiza.

En este principio de milenio empeñado en hacer bandera del capitalismo más exacerbado y sagrado dogma del “no darse a compartir”, tu presencia resulta casi milagrosa. Nos quitas la sed, aportándonos de mano en mano todo un corrillo de amistad, de camaradería, en donde los labios más ansiosos desean captar tu tacto pulido, moldeado sabiamente por el vidriero, quien, con amor, fue configurándote como el objeto imprescindible que da forma a un cristal limpio, sonoro, de buen temple, distinguiéndote por encima de cualquier adjetivo o admiración. No puedes faltar de nuestras costumbres, de nuestra mesa, de nuestro tipismo. Vives en nuestras tradiciones, como policromado de dorado esmalte.

Asturias pugna por ser verde, pelea por ser negra, pero no puede olvidar el molde de cristal que va abrillantando toda su periferia. “No debes, pues, llorar, Vaso-de-Sidra, no debes hacer pucheros; sé que te haría ilusión ser el rey, pero ése, es un asunto más serio; deja que cuajen, por el contrario, tus lágrimas, que cristalicen. Serían un grabado de vidrio perfecto, el decorado preciso que determine cómo se siente Asturias, por dentro”.

Nieves Viesca

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